martes, 4 de junio de 2013

La educación en 2030




Mientras sus alumnos realizaban el examen en silencio, ella aprovechó para leer por encima los trabajos que le habían entregado. Tras comprobar que uno de ellos era una copia exacta de la Wikipedia, se dirigió a las últimas páginas, dedicadas a la bibliografía. Aquel alumno aseguraba haber utilizado desde la enciclopedia británica a la historia de la literatura española dirigida por Francisco Rico.
-Os dije que no me importaba la bibliografía, que podías utilizar páginas web y os animé a utilizar la Wikipedia siempre que el trabajo fuera bueno. ¡Dedicamos una hora de clase a aprender cómo busca información en Internet, y os dije cómo contrastarla para dilucidar su fiabilidad.  Pero cuando leo esto me dan ganas de hacer como el resto de profesores, esos dinosaurios que campan por aquí y que os obligan a visitar la biblioteca, donde el atlas más moderno incluye todavía a la antigua URSS:…
Casi ningún alumno le prestó atención. Todos tenían la cabeza agachada y, en silencio, trataban de completar los enunciados que les había planteado. El nivel era cada vez más bajo y probablemente se vería obligada a cargarse a toda la clase. Un denso olor a cebolleta invadía el ambiente. El calor había llegado y las paredes metálicas del barracón, los alumnos ardían como una sartén al fuego. Tenían un aparato de aire acondicionado, pero no se podía enchufar porque chorreaba agua marrón y caía directamente sobre la cabeza de Jesús, el único buen alumno que tenía. Lamentablemente el espacio era tan reducido que era imposible redistribuir las mesas.
            -Profe, ¿no se da cuenta de que hace ya rato que ha sonado el timbre?
            El que había hablado era el vacilón del curso. Solía mover las piernas (piernas fuertes ejercitadas en el campo de fútbol) en una suerte de tic nervioso con el que conseguía mover el barracón entero, hasta el punto de interrumpir la clase. A veces, directamente, la insultaba. Ella tenía un treinta por cien de sordera, así que el chico se divertía gritándole y vocalizando de manera exagerada, hacía como si se preocupara por la comunicación, pero hablaba como un energúmeno para burlarse. Lidia todavía no había decidido si aprobarle para no volver a verlo nunca o suspenderle para darse el gusto de escribir un cero en sus notas.
            Sin embargo, era cierto que la campana había sonado. ¿Realmente había sonado? Había sonado, aunque lejana. Como si adivinara sus pensamientos, el chulo del curso (¿cómo se llamaba aquel imbécil, como era posible que no recordara su nombre?) dijo:
            -Tal vez es hora de comprarse unos pendientes nuevos.
            ¡Y encima el muy cabrón había hecho una metáfora referente a sus audífonos! Algunos de sus mejores alumnos eran incapaces de ello….
            Entonces se despertó.
            ¡Se había dormido! Aunque dio gracias por no encontrarse en aquella clase, treinta años atrás, eran las ocho y  en diez minutos empezaba su clase en el presente, en el año 2043. Se levantó de la cama y fue a la cocina, puso la cafetera y fue al baño a lavarse la cara. Luego encendió su ordenador y lo dejó ejecutándose. Tenía un terrible dolor de cabeza ¿por qué habría ido a esa maldita cena de exalumnos del máster, el antiguo CAP? Ingirió una aspirina y le dijo vamos vamos a la cafetera, quedaban cinco minutos. Por fin bebió el café de un trago y encendió un cigarro. Luego tuvo que ir al baño y allí empezó a pensar en la noche anterior. ¡Había perdido los papeles! Bebió más de la cuenta y luego discutió con todos. Una tal Candela, a la que ni siquiera recordaba, había empezado a dar la brasa con aquello de volver a una educación anterior, nada de videoconferencias, ¡incluso proponía volver a los libros en papel! A vosotros no os han insultado, lanzado cosas a la cabeza, puesto pegamento en la silla, a mi me vejaron hasta hacerme llorar, estuve de baja un año entero, había argumentado ella. Y ellos habían tenido la desfachatez de decir que era un problema de carácter. La maldita Candela aseguraba que el trato humano era irremplazable y que sus alumnos, a través de la cámara web, no aprendían nada. No eran más que argumentos románticos que a ella nada le decían, se trataba de argumentar con datos, y coherentemente. Que a ella le gustara más lucirse ante los alumnos o lo que fuera, carecía de importancia. Ella estaba muy contenta desde que no tenía que enfrentarse físicamente a los alumnos. 
            Tras la creación de la Ley Orgánica General de Calidad y Reestructuración  del Sistema Educativo para el Bien para un Futuro Mejor (LOGCRSEBFM) Había habido una batalla campal. Al final, había ganado el gobierno. Muchos centros se habían cerrado para la educación secundaria, que desde entonces pasó a realizarse virtualmente, lo que supuso un ahorro significativo en barracones. Todos los interinos fueron despedidos y se creó la figura de profesor ayudante que se encargaba de corregir exámenes. Los profesores más capacitados, como Lidia, eran profesores. Otras, como la resentida Candela, habían quedado como correctores y también realizaban tareas de apoyo a alumnos con dificultados. Ella, por supuesto, atribuía su posición como profesora ayudante al haber dado la cara y dirigido los movimientos contra la nueva ley. Soy una víctima, había dicho la muy sinvergüenza. Seguro que había suspendido el examen especial obligatorio para funcionarios del cuerpo de maestros al que fueron sometidos tras el rescate de España por parte del FMI, mediante el cual se reestructuró al personal docente. Sin embargo, se arrepentía de su comportamiento. Al grito de ¡vuestros adorados tiempos pretéritos nunca volverán, primitivistas de mierda!, había tirado un billete de 12.000 neopesetas sobre la mesa y se había ido a buscar un taxi.
            Por fin el ordenador estaba listo, se vistió la parte de arriba y, en bragas, le dio los buenos días a sus alumnos. En la pared, bien grandes, estaban proyectadas las caras de los cien alumnos a los que debía enseñar lengua y literatura. Había algunas bajas que el programa se encargaría de contabilizar.
            La clase fue bien, excepto por un episodio lamentable. Ordenó a un alumno recitar y el joven hablaba como gangoso. Escribió el nombre del chico en el teclado y el programa señaló y agrandó su cara en la pantalla. Sonreía mientras recitaba y los ojos le bailaban. Algunos alumnos se rieron a través de sus micrófonos.
            -Callad u os silencio el micro, dejadle recitar.
            De pronto le llegó un mensaje privado de su mejor alumno: Ese alumno está borracho, ha estado de ciberbotellón toda la noche ¿Era posible que estuviese borracho a las ocho de la mañana? Sí, era posible. Lo cierto era que  había dado clase a jóvenes que se emborrachaban, fumaban o se daban el lote mientras ella hablaba. Al menos había pasado la moda de grabar al profesor.
            ¿Qué importaba si estaba borracho?, ya había recitado y luego habían analizado el poema los que habían querido atender.
            Según había leído, la eficiencia de la policía frente al botellón, había hecho a los jóvenes desarrollar una nueva manera de beber inspirada en la educación: cada uno se quedaba en su casa con su botella y se iban emborrachando mientras hablaban por las Webcams. El récord lo tenía un botellón organizado desde Sevilla, con más de cuatrocientas mil personas conectadas. También había oído hablar de artilugios sexuales por USB que se manejaban mediante pantallas táctiles en los que prefería no pensar.
           
            Cuando acabó la clase tocaron a la puerta. Era un vendedor de libros digitales a domicilio. Para su sorpresa, se trataba de un exalumno suyo.
            -Jamás le había visto en persona –le dijo el alumno.
            Lo hizo pasar pero no le interesaba nada de lo que vendía. Le supo mal y se preocupó por cómo le iba el trabajo.
            -Llevo dos semanas y no he vendido nada. Desde que tengo este trabajo sudo mucho y supongo que doy una imagen lamentable a los clientes. Mi jefe dice que no mire al suelo, que mire a los ojos y que mueva los brazos.
            Efectivamente el olor a cebolleta característico de los adolescentes empezaba a invadir su salón, aunque su exalumno debía rondar ya los treinta años. Lidia le tocó el hombro para animarlo y despedirlo con delicadeza de su casa pero, en cuanto posó su mano sobre él, el chico dio un respingo, asustado por el contacto físico y se apartó de ella.
            -¡Lo siento! -Dijeron los dos a la vez.
           
           
 
           
             

        

1 comentario:

  1. Muy buena reflexión, Candela. Al leerlo no sabes muy bien qué posición tomar. Me ha hecho pensar...
    Y muy acertado también describirte como la antagonista de la historia.¡Te felicito!

    ResponderEliminar