Mientras sus
alumnos realizaban el examen en silencio, ella aprovechó para leer por encima
los trabajos que le habían entregado. Tras comprobar que uno de ellos era una
copia exacta de la Wikipedia, se dirigió a las últimas páginas, dedicadas a la
bibliografía. Aquel alumno aseguraba haber utilizado desde la enciclopedia
británica a la historia de la literatura española dirigida por Francisco Rico.
-Os dije que
no me importaba la bibliografía, que podías utilizar páginas web y os animé a
utilizar la Wikipedia siempre que el trabajo fuera bueno. ¡Dedicamos una hora
de clase a aprender cómo busca información en Internet, y os dije cómo
contrastarla para dilucidar su fiabilidad.
Pero cuando leo esto me dan ganas de hacer como el resto de profesores,
esos dinosaurios que campan por aquí y que os obligan a visitar la biblioteca,
donde el atlas más moderno incluye todavía a la antigua URSS:…
Casi ningún alumno le prestó
atención. Todos tenían la cabeza agachada y, en silencio, trataban de completar
los enunciados que les había planteado. El nivel era cada vez más bajo y
probablemente se vería obligada a cargarse a toda la clase. Un denso olor a
cebolleta invadía el ambiente. El calor había llegado y las paredes metálicas
del barracón, los alumnos ardían como una sartén al fuego. Tenían un aparato de
aire acondicionado, pero no se podía enchufar porque chorreaba agua marrón y
caía directamente sobre la cabeza de Jesús, el único buen alumno que tenía.
Lamentablemente el espacio era tan reducido que era imposible redistribuir las
mesas.
-Profe,
¿no se da cuenta de que hace ya rato que ha sonado el timbre?
El
que había hablado era el vacilón del curso. Solía mover las piernas (piernas
fuertes ejercitadas en el campo de fútbol) en una suerte de tic nervioso con el
que conseguía mover el barracón entero, hasta el punto de interrumpir la clase.
A veces, directamente, la insultaba. Ella tenía un treinta por cien de sordera,
así que el chico se divertía gritándole y vocalizando de manera exagerada,
hacía como si se preocupara por la comunicación, pero hablaba como un
energúmeno para burlarse. Lidia todavía no había decidido si aprobarle para no
volver a verlo nunca o suspenderle para darse el gusto de escribir un cero en
sus notas.
Sin
embargo, era cierto que la campana había sonado. ¿Realmente había sonado? Había
sonado, aunque lejana. Como si adivinara sus pensamientos, el chulo del curso
(¿cómo se llamaba aquel imbécil, como era posible que no recordara su nombre?)
dijo:
-Tal
vez es hora de comprarse unos pendientes nuevos.
¡Y
encima el muy cabrón había hecho una metáfora referente a sus audífonos!
Algunos de sus mejores alumnos eran incapaces de ello….
Entonces
se despertó.
¡Se
había dormido! Aunque dio gracias por no encontrarse en aquella clase, treinta
años atrás, eran las ocho y en diez
minutos empezaba su clase en el presente, en el año 2043. Se levantó de la cama
y fue a la cocina, puso la cafetera y fue al baño a lavarse la cara. Luego
encendió su ordenador y lo dejó ejecutándose. Tenía un terrible dolor de cabeza
¿por qué habría ido a esa maldita cena de exalumnos del máster, el antiguo CAP?
Ingirió una aspirina y le dijo vamos vamos a la cafetera, quedaban cinco
minutos. Por fin bebió el café de un trago y encendió un cigarro. Luego tuvo
que ir al baño y allí empezó a pensar en la noche anterior. ¡Había perdido los
papeles! Bebió más de la cuenta y luego discutió con todos. Una tal Candela, a
la que ni siquiera recordaba, había empezado a dar la brasa con aquello de
volver a una educación anterior, nada de videoconferencias, ¡incluso proponía
volver a los libros en papel! A vosotros no os han insultado, lanzado cosas a
la cabeza, puesto pegamento en la silla, a mi me vejaron hasta hacerme llorar,
estuve de baja un año entero, había argumentado ella. Y ellos habían tenido la
desfachatez de decir que era un problema de carácter. La maldita Candela
aseguraba que el trato humano era irremplazable y que sus alumnos, a través de
la cámara web, no aprendían nada. No eran más que argumentos románticos que a
ella nada le decían, se trataba de argumentar con datos, y coherentemente. Que
a ella le gustara más lucirse ante los alumnos o lo que fuera, carecía de
importancia. Ella estaba muy contenta desde que no tenía que enfrentarse
físicamente a los alumnos.
Tras
la creación de la Ley Orgánica General de Calidad y Reestructuración del Sistema Educativo para el Bien para un
Futuro Mejor (LOGCRSEBFM) Había habido una batalla campal. Al final, había
ganado el gobierno. Muchos centros se habían cerrado para la educación secundaria,
que desde entonces pasó a realizarse virtualmente, lo que supuso un ahorro
significativo en barracones. Todos los interinos fueron despedidos y se creó la
figura de profesor ayudante que se encargaba de corregir exámenes. Los
profesores más capacitados, como Lidia, eran profesores. Otras, como la
resentida Candela, habían quedado como correctores y también realizaban tareas
de apoyo a alumnos con dificultados. Ella, por supuesto, atribuía su posición
como profesora ayudante al haber dado la cara y dirigido los movimientos contra
la nueva ley. Soy una víctima, había dicho la muy sinvergüenza. Seguro que
había suspendido el examen especial obligatorio para funcionarios del cuerpo de
maestros al que fueron sometidos tras el rescate de España por parte del FMI,
mediante el cual se reestructuró al personal docente. Sin embargo, se
arrepentía de su comportamiento. Al grito de ¡vuestros adorados tiempos
pretéritos nunca volverán, primitivistas de mierda!, había tirado un billete de
12.000 neopesetas sobre la mesa y se había ido a buscar un taxi.
Por
fin el ordenador estaba listo, se vistió la parte de arriba y, en bragas, le
dio los buenos días a sus alumnos. En la pared, bien grandes, estaban
proyectadas las caras de los cien alumnos a los que debía enseñar lengua y
literatura. Había algunas bajas que el programa se encargaría de contabilizar.
La
clase fue bien, excepto por un episodio lamentable. Ordenó a un alumno recitar
y el joven hablaba como gangoso. Escribió el nombre del chico en el teclado y
el programa señaló y agrandó su cara en la pantalla. Sonreía mientras recitaba
y los ojos le bailaban. Algunos alumnos se rieron a través de sus micrófonos.
-Callad
u os silencio el micro, dejadle recitar.
De
pronto le llegó un mensaje privado de su mejor alumno: Ese alumno está
borracho, ha estado de ciberbotellón toda la noche ¿Era posible que estuviese
borracho a las ocho de la mañana? Sí, era posible. Lo cierto era que había dado clase a jóvenes que se emborrachaban,
fumaban o se daban el lote mientras ella hablaba. Al menos había pasado la moda
de grabar al profesor.
¿Qué
importaba si estaba borracho?, ya había recitado y luego habían analizado el
poema los que habían querido atender.
Según
había leído, la eficiencia de la policía frente al botellón, había hecho a los
jóvenes desarrollar una nueva manera de beber inspirada en la educación: cada
uno se quedaba en su casa con su botella y se iban emborrachando mientras
hablaban por las Webcams. El récord lo tenía un botellón organizado desde
Sevilla, con más de cuatrocientas mil personas conectadas. También había oído
hablar de artilugios sexuales por USB que se manejaban mediante pantallas
táctiles en los que prefería no pensar.
Cuando
acabó la clase tocaron a la puerta. Era un vendedor de libros digitales a
domicilio. Para su sorpresa, se trataba de un exalumno suyo.
-Jamás
le había visto en persona –le dijo el alumno.
Lo
hizo pasar pero no le interesaba nada de lo que vendía. Le supo mal y se
preocupó por cómo le iba el trabajo.
-Llevo
dos semanas y no he vendido nada. Desde que tengo este trabajo sudo mucho y
supongo que doy una imagen lamentable a los clientes. Mi jefe dice que no mire
al suelo, que mire a los ojos y que mueva los brazos.
Efectivamente
el olor a cebolleta característico de los adolescentes empezaba a invadir su
salón, aunque su exalumno debía rondar ya los treinta años. Lidia le tocó el
hombro para animarlo y despedirlo con delicadeza de su casa pero, en cuanto
posó su mano sobre él, el chico dio un respingo, asustado por el contacto
físico y se apartó de ella.
-¡Lo
siento! -Dijeron los dos a la vez.